miércoles, 1 de abril de 2015

Gritos en familia...

Me detengo con mi cesta de la compra para mirar una estantería, de pronto escucho una voz de niña que dice gritando: "¡Quita joder!" de forma automática mi cabeza se voltea a la derecha. A mi lado, hay una señora con un carro de la compra, de la otra parte del carro se asoma levemente la cabeza de una niña de aproximadamente 2 años de edad que me mira con el ceño fruncido. La madre se voltea a la niña y le dice: ¡Tú Cállate!

He nacido en una cultura de gritos, vengo de los gritos, me educaron con gritos, aprendí a través de ellos porque ¿servían? No creo, era por miedo. Miedo de si me reñía mi maestro, miedo de si me reñía mi abuela, mi abuelo, miedo de si me reñía mi madre o mi padre, miedo de si me reñía ese señor que se decía iba a venir por nosotros si hacíamos algo que no tocaba, el poderoso miedo...

Parece que el grito es el único capaz de dominar la situación para salirse con la suya.

Una cultura del miedo, generación tras generación...

Hoy vi justamente esta imagen, me di el permiso de cambiar sus letras, desde aquí mis disculpas a quién las escribió, no me sentía a gusto con la frase "Los gritos no educan". No es mi intención generalizar, mi familia se educó a través de los gritos, en cierta forma fue una manera de transmitir esos valores, los gritos con los que he crecido no me han gustado, de todas formas, hablando desde mí, sí he aprendido con ellos, en cierta forma me educaron.
Que los gritos no me educaran de una forma amorosa y respetuosa como en la que ahora creo y comparto no significa que no me hayan educado, en el miedo por ejemplo.

Generación tras generación se han ido repitiendo los patrones de conducta, sólo podemos transmitir lo conocido.

Nuestra cadena de ADN mantiene la información consciente e inconsciente de hábitos, emociones, situaciones vividas...

Para expandir todo aquello que no sé, que no está instalado en mi, primero necesito conocerlo, experimentarlo, comprenderlo...

Yo hoy, desde este lugar en que me encuentro, agradezco los gritos de mi familia, lo asiento, es decir les digo "Sí, así son, si de ahí vengo, sí yo grito". Y les agradezco porque ellos han sido el inicio y el motor de impulso en esta búsqueda hacia una educación respetuosa.
Ahora, puedo abrir mi corazón, libre a lo que yo también soy, lejos del rechazo (pues si los rechazo me rechazo, porque forman parte de mi historia) amándome sin estar peleada ni con lo que fue, ni con lo que es.

Ahora, puedo decidir qué hacer de aquí en adelante, si algo deseo cambiar, puedo comenzar a partir de aquí con lo que decida para mí y para los y las que me sigan en generaciones futuras.
Puedo elegir formas respetuosas, cuidadosas, amororsas que comienzan en mi propio Ser. Como dije antes: "Para expandir todo aquello que no sé, que no está instalado en mi, primero necesito conocerlo, experimentarlo, comprenderlo."


Agradecerlo no significa seguirlo, sino liberarlo.

Pudiera ser esa serpiente que se voltea y mira para atrás, sin comprender quizás, mirando con otros ojos para después volver a voltearme y seguir mi camino, de otra forma, a mi manera.

Si grito a mi hijo, a mi hija, ...gritarán.
Según qué sea lo que yo les de ...darán.
Si les doy amor, amarán.
Si les doy caricias, acariciarán.
Si les doy confianza, confiarán.

Y según lo que tú te des, podrás dar.

Por otro lado están los otros gritos... Esos gritos que no van encaminados hacia alguien de forma directa, esos gritos liberadores que, a modo de desahogo me calman en soledad en algún espacio al aire libre, cuidándome y cuidando.