jueves, 16 de junio de 2016

Dulce recuerdo de tu despedida...

Ha pasado un año, (o lo que es lo mismo, 12 meses, 365 días, 8760 horas)
pero cierro los ojos y te veo ahí frente a mí, diciéndote adiós.

Recuerdo cómo te canto al oído, recuerdo tu temperatura, tu tacto, tu mano entre la mía, recuerdo cómo te miro y como tú no me miras pero sabes que estoy ahí porque a veces me aprietas la mano cuando te digo al oído que no tengas miedo, que puedes descansar, que ya lo hiciste todo.

Recuerdo como ese día se paró el tiempo para decirte por última vez todo lo que te amo, lo que te he amado y lo agradecida que estoy por haber llegado a la vida a través de ti.

Qué bella la despedida, tan bella que ojalá todas las personas pudieran despedirse de esa forma de sus seres queridos, con amor, con calma, con el tiempo necesario para recordar una vez más todo lo que nos amamos, para despedir y dar comienzo a otra etapa de transformación, acompañando a preparar su viaje. Igual que una madre nos empuja a la incertidumbre confiando en nosotros cuando tenemos miedo de cruzar la puerta, de esa forma, ahora como nieta puedo ver tu fortaleza para cruzar la tuya.

"Ojalá entre los seres humanos pudiéramos soltar este último aliento juntos, desde el amor, sin apegos y sin despedidas precipitadas para acompañar esa intersección con consciencia. Que fuera un derecho morir en paz y despedir el alma".

Hasta ese momento, lo que había vivido eran despedidas imprevistas, dolorosas, y al mismo tiempo despedidas maestras, porque son las que me han enseñado a decir a las personas de mi entorno lo que las amo, lo que significan en mi vida, me han enseñado a reconocer cada pequeño gesto de agradecimiento aunque parezca insignificante, me han hecho recordar que no quiero pasar, más del tiempo necesario, enojada.

Ahora cierro los ojos y me siento feliz de haber aprendido contigo a despedir desde el amor, no sabía que podía ser tan reparador, no sabía que las despedidas podían ser tan hermosas, tu última mirada, tu último aliento, ahí estuvimos todos para decirte adiós, los presentes y los no presentes, pero tú sabías que ahí estaban, porque cuando los nombraba apretabas mi mano.

Y por tu última mirada tras escuchar las palabras nunca dichas de tu hijo, se que te fuiste en paz.

Aun así a veces, querida muerte, te veo con miedo, pues no se cómo será cuando todavía te vea más de cerca.

Miguel ligero con ligereza te elevaste y te transformaste, ahora las palabras vuelan ligeras a saber dónde...

viernes, 3 de junio de 2016

A ti, mujer sumisa que me habita.

Hoy sumisión, descubro lo libre que he deseado ser, para estar lo más lejos de ti.
Hoy, al pensar en mi libertad pensé en ti y quise dedicarte estas palabras.

Sí, a ti mujer sumisa que vives en mi. Por todo este tiempo que has estado ahí y por todo el tiempo que me sigas habitando de una u otra forma.
A ti, por las veces que he negado tu existencia en mi.
Por las veces que te he huido y me he alejado.
Por las veces que te he rechazado, a ti y a todas las sumisas que me habitan de generaciones y generaciones atrás.
Por las veces que te he dejado sin palabras, sin opinión, sin lugar, porque no importabas y quería mantenerte lejos.
Por cada vez que me he levantado sin permitir que llegaras a mostrarte.
Por cada vez que te he escondido en lo profundo de mi ser sin permitirte que vieras la luz.
Porque me has dado vergüenza, me has dado pena, te he llegado a odiar, me has dado debilidad cada vez que te he observado de reojo, sí, de reojo, porque no me he permitido verte cercana, porque no me he permitido contemplarte baja la luna, porque te he rechazado una e infinitas veces, porque no me gustas.

A ti, mujer sumisa que me habita, hoy te abro las puertas de mi corazón de par en par; a ti y a todas las partes sumisas que me dieron vida, a todas las sumisas que me habitan.

Ahora me doy cuenta que me creía libre manteniendo a mi mujer sumisa encerrada, sin poder salir. Me creía libre alejándome de ti, ocultándote sin saber que te ocultaba. Quería alejarme tanto de ti y de las otras como tú, que no sabía que me alejaba de mi propia libertad.
Ahora me doy cuenta, paseando te encontré, encontré que te he rechazado desde que recuerdo.
Siento una profunda alegría al mirarte, ¡tanta! que te pongo rostro y te veo frente a mi. Me sonrío, te sonrío. Después de 33 años te veo por primera vez y te encuentro.

Ya no necesito huir de ti, ya no necesito demostrarme que no estás, ya no necesito alejarme de ti con palabras de libertad, ya no necesito parecer, ni ser libre, yéndome de tu lado como lo he estado haciendo hasta ahora.

Hoy te veo con mayor claridad, mismos ojos, diferente mirada.
Hoy, me siento libre caminando contigo.

Solo así podré liberarte, cuando te vea igual de libre que la libertad, cuando deje de verte débil y pueda apreciar la fortaleza que también habita en ti. Cuando ensanche mi corazón y te vea con amor.
Hoy, por el momento, tienes un lugar en mi corazón.


Otra Educación es Presente