domingo, 5 de marzo de 2017

Experiencia de un taller.

A veces me preguntan a qué me dedico...
La verdad, según en qué contexto me encuentre respondo de una manera o de otra. A veces me quedo en esa superficie, en lo que se desea escuchar; un oficio conocido; una palabra que la otra persona identifica, hay un reconocimiento instantáneo a modo de radiografía y sin decir nada más, queda claro a lo que me dedico, educación, maestra, psicopedagoga. Digo esos nombres de oficios para que reconozcan una parte de lo que hago, sin embargo, es precisamente de la otra parte que forma mi trabajo de la que me gustaría escribir. 
Por ello, en la entrada de hoy me gustaría recrearme para compartir a qué me dedico a través de una experiencia que viví ayer. 

El 13 de febrero me invitaron a participar en unas jornadas con motivo de la celebración del día de la mujer trabajadora. El día del taller sería programado para el 4 de marzo.
Otra nueva propuesta, otro nuevo reto. Por supuesto que dije que sí.

Para quien no conozca, el Alto Palancia a veces se convierte en un lugar inaccesible, no por su situación geográfica, de hecho está muy bien comunicado; sino por una historia que ha forjado carácteres, que ha hecho que las personas que vivimos aquí, seamos, entre nuestros más y nuestros menos, de una determinada forma, como sucede en cualquier contexto geográfico del mundo. 
En esta comarca nos unen al igual que nos diferencian algunos rasgos. Suele haber uno generalizado: la escasa participación ciudadana.

Así que, mi nuevo reto se trataba de facilitar un taller dirigido a un público que no sabíamos hasta el mismo día del taller si asistiría. Maravilloso. Ahí solté todas las expectativas y empecé a sentir a escuchar el silencio, porque escuchando el silencio es cuando las ideas llegan, cuando el taller se forma solo, así de esa nada, de ese vacío, que a su vez es lleno de sabiduría. Silencio mi gran maestro.

Una tarde, mientras paseamos por las calles de Geldo para escuchar qué nos contaban, decidimos nombrar al taller "Retomando lo que nos une".  

En mi día a día conviven conmigo palabras como tejer, hilar, familia, linaje femenino, historia, linaje masculino, comunidad, vínculos, honrar, humanidad, pertenencia, escucha, inclusión, sistema...

Así que de todo este licuado de ingredientes: silencio, pasear por las calles del pueblo, retirarme, sentir y atender estas palabras que me llegan; nació el taller.

Un taller atrevido a la vez de pausado, 
Un taller suave a la vez que provocador.
Un taller desconocido a la vez que cercano.

Decidimos que unas palabras acompañaran el cartel "Si sabes tejer, y te apetece, trae tus agujas". Formaba parte de la estrategia y del simbolismo con el que a veces me gusta jugar, lo que hizo que unas personas se sintieran atraídas al taller y al mismo tiempo que otras se alejaran al interpretar y desconocer, postura que se aleja de la pregunta que invita a conocer (este hecho también nos caracteriza en algunas ocasiones como comarca, quizás también es así en la zona donde vives). 

Como decía, el cartel nos ha dado juego, ahí empieza el soltar porque ya no nos toca mover ficha, ahora le toca a quién lo lea, comienzan a brotar los primeros comentarios ¿¿"tejer, el día de la mujer??" ¿Cómo nos atrevemos a hacer un taller de tejer para celebrar este día? ¿las mujeres no sabemos hacer más cosas? ¿Por qué se nos sigue encasillando en estos tópicos?...

Me pregunto qué hubiera sucedido si en lugar de agujas se hubiera pedido un mando de la TV por ejemplo, ¿se hubiese armado tal revuelo?, ¿alguien podría pensar que con ese gesto estaríamos queriendo decir que las mujeres solo vemos la televisión? Pensar de esta forma me da que pensar. Sea como sea, creo que estos comentarios tienen un origen totalmente válido, desconozco cuál es pero pienso que son fruto de la violencia recibida de generaciones y generaciones atrás, por dolor almacenado, enojo, ganas de querer cambiar, de que las cosas se hagan diferentes, de frustración por la cultura patriarcal que se sigue manifestando y no sabemos en determinadas ocasiones hacia dónde enfocar o qué hacer con estos sentimientos que emergen, así que, en realidad lo más fácil es desfogarse con un cartel, con unas actividades que se desconocen. A veces creo que desde algún lugar es lo que pretenden, que nos separemos, que entremos en conflictos entre nosotras mismas, que nos entretengamos con detalles que no nos hacen ser mejores personas. Por otro lado seguimos haciendo y caminando unidas, avanzando a nuestro ritmo y tiempo.

Para mi, las agujas de tejer no es símbolo de mujer y por tanto me cuesta ver que actualmente sea un tópico porque en mi experiencia de vida he visto a una cantidad de hombres tejiendo e hilando con los que también he tejido y compartido historias. 
De todas formas, aunque así fuera, aunque imaginemos por un momento que nos juntásemos mujeres a tejer, ¿en realidad sería un tópico?, ¿vendría este gesto del patriarcado?, ¿queremos decir que las mujeres que se unen para tejer somos mujeres víctimas del machismo? o sea que, ¿cuando me junto con amigas o desconocidas a tejer estamos siendo víctimas de una cultura machista?, ¿cuando mujeres nos unimos a tejer estamos demostrando que solamente sabemos tejer?
Finalmente me pregunto ¿qué comentarios son los que se construyen desde una visión patriarcal? Y aunque así lo fuera, negar nuestra historia es en parte negar nuestro presente.

Para mi tejer tiene un valor muy diferente aunque igual me equivoco porque a veces, digo tonterías. 
Las mujeres de mi historia tejieron y tejieron, quizás igual que en tu historia. No se me pasa por la mente pensar que sea un símbolo tópico de debilidad, sino, todo lo contrario 

Así que tomamos de la mano todos estos comentarios que nos llegan porque fortalecen al taller, es más los necesito para seguir construyéndolo, porque aportan un diálogo nuevo que quizás había omitido y es necesario tenerlo presente, todo tiene cabida, todo tiene lugar, todo aporta. Y creo que eso es lo que hizo que el taller se convirtiera en un espacio de cuidado, de fortaleza y de humildad, todas estábamos representadas allí de una u otra manera, llegaron personas a tejer, otras no sabían muy bien a qué venían y también estuvieron presentes las que no asistieron.

Comenzaron a llegar personas de diversas edades, la más pequeña 2 años, la más mayor, digo yo en los 70 aproximadamente.

- Yo he venido a ver qué es esto, porque quien no viene nunca sabe. 
Entonces esa frase captó mi atención, estaba colocando las sillas y me di la vuelta con una sonrisa a mirar de dónde venía, vi sus ojos brillantes y contemplé algunas de las arrugas que se formaban en su piel, me alegré de recibir ese comentario. En las personas con mayor experiencia, esas que llegaron antes que nosotras y a las que a veces catalogamos de que no se enteran porque no saben sostener una tablet o apretar un botón, es donde residen las respuestas de la vida, a veces se equivocan por supuesto, pero eso no importa para captar esa mirada de experiencia, sencilla, humilde, sabia. Me refiero a una mirada amorosa hacia esa sabiduría admirable que en occidente nos cuesta un poco comprender, esa mirada me la enseñó Chiapas especialmente, sería otra entrada de blog hablar de cómo es esa mirada. 

El taller comienza, bienvenidas las risas y el juego, avanzamos... y hay un momento en el que las manos antes desconocidas ahora se entrelazan, las manos se tocan, se acarician, se cuidan. Contemplo con un golpe de vista todo a mi alrededor y decido congelar esa imagen en mi mente. Llegan desde la memoria colectiva un infinito de mujeres que sobrevivieron tejiendo más allá de sus agujas, mujeres que tejieron historias, que tuvieron que crear redes para fortalecerse entre unas y otras. 
Me llega también el recuerdo de un Mexico colorido gracias que lo destacan millones de manos que tejen. Veo el reflejo de mujeres indígenas hilando sus historias, tejiendo telas, tejiendo trenzas, tejiendo, porque al tejer, se crean lazos, nos reconstruimos como deseamos, hacemos y deshacemos sin desapego, nos entrelazamos unas con otras fortaleciendo nuestros vínculos humanos, centrándonos en aquello que nos une en lugar de acrecentar lo que nos separa. 
Y después, cuando las manos se distancian y se abren los ojos, sus miradas han cambiado.

Esta es la magia del oficio, ese que no nombro.

El corazón late, sonido de cientos de mujeres que habitan en nosotras al mismo tiempo, mujeres de aquí y mujeres de allá, mujeres diversas, diversas historias, sus historias y la mía.

Abrimos un espacio de silencio, de escucha, de introspección y, después de recibir el regalo de nuestro linaje femenino, construimos, cada quién a su manera, ¿quieres tejer? pues teje, ya no importa si esto es machista o feminista, estamos en otro estado, en otra dimensión, hemos abierto una puerta de espacio-tiempo para compartir, las excusas que nos traen hasta ahí en este momento son sólamente eso, excusas. Ahora ya no nos importa cuál haya sido la razón, ahora ya estamos presentes. 

Así que esto es la otra parte de lo que hago, trabajar con la grandiosidad que habita en cada persona y aprender de ello; ofrecer cuidadosamente espacios y tiempos para el encuentro; reconducir esa mirada compasiva hacia la historia, hacia lo que somos, hacia lo que hay en el presente, a veces jugando, riendo, a veces llorando, a veces muriendo, a veces naciendo...

Me siento agradecida a la vida por hacer lo que amo, por amar lo que hago. Recibo sonrisas, a veces enojos, a veces es fácil, a veces no tanto, sea como sea recibo fortaleza de ver personas que transforman su mirada hacia su historia, recibo sonrisas visibles y recibo sonrisas del alma. 
De momento me dedico a sembrar semillas en colectivos, escuelas, a veces con profesores, a veces con familias, a veces con el alumnado, y a veces como ayer, con grupos de personas desconocidas que terminan conociéndose. Algunas de estas semillas florecerán, otras no llegarán a brotar, pero ya no estaré allí para comprobar ni lo uno ni lo otro, porque ese ya será otro oficio, ya no el mío. Yo estaré en otro espacio, en otro tiempo, eso sí, sembrando, porque confío que de las experiencia que se viven en el taller alguna deja una huella en el alma, a veces es porque resuena contigo y a veces es porque te expulsa y te saca. Sea como sea, te está haciendo vibrar, te está haciendo escoger tu propio camino. Por tanto, sea como sea, siempre se siembra, siempre se aprende.
Esta es la otra parte seguir tejiendo en un encuentro profundo, desde el alma.

Y aquí les dejo un cachito de historias, de regalos recibidos de nuestro linaje. Un placer haber estado ahí aprendiendo de las niñas, de las adolescentes, de las adultas y de las que llegaron primero.


Gracias Geldo, gracias Alto Palancia, porque juntas construimos, sentimos y nos vemos con nuevos ojos.


Mientras tanto sigo observando, oliendo, visitando calles, pueblos, sigo conociendo costumbres, para seguir honrando y desde ahí seguir creciendo y seguir creando.



A tí mujer, que guías mis pasos desde otra época, desde otra historia, desde un linaje que llegó antes que yo. A tí mujer, que dio vida a quiénes me dieron vida... A ti mujer, mujeres que encontraron a los hombres adecuados para que mi linaje llegara a la persona que ahora existe en mi. No podía haber sido diferente, ni otras mujeres, ni otros hombres. Todo es perfecto como es, sino, hoy, no estaría escribiendo aquí, ni tú, leerías lo que ahora estás leyendo. En nosotras viven esas mujeres y hombres que dieron vida. Acojamos historias en nuestros corazones para seguir transformando el mundo en un mundo de paz